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os poetas vanguardistas, aunque busquen experimentar nuevas formas y práctica de la poesía, no pueden ignorar su tradición histórica. La ruptura con el pasado no conduce realmente a una reinvención de la poesía, sino más bien una continuidad a base de releer a los poetas clásicos.

Así, el filósofo e historiador francés Michel Foucault, que tuvo gran influencia en el campo de las humanidades en el mundo occidental, expresó con acierto que “lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno”.

No obstante, numerosas obras poéticas han desaparecido hasta nuestros días a lo largo de la historia, y sólo una representación de ellas nos ha quedado como testimonio de otros tiempos; gran parte de ellas se transmitían oralmente, y otras se perdieron por variadas causas: saqueo y destrucción de bibliotecas, intolerancia de regímenes de corte religioso, deterioro natural, etc.

De esta manera, durante la era cristiana fueron eliminadas numerosas obras consideradas sacrílegas o contrarias a la fe reinante o impuesta; ejemplo de ello fueron los escritos de Safo de Lesbos, quemados en la hoguera en su gran mayoría y de la que sólo se salvaron unos 700 versos de corte amoroso.

Muchas de las obras que sobrevivieron a la intolerancia, fueron por varias causas: en unos casos por tratarse de materia ajena o libre de condena para los regímenes que controlaban su contenido, en otros por haber sido citados en obras de otros escritores, y también gracias a las prácticas de algunos embalsamadores, que envolvieron las momias en papiros con versos escritos. Finalmente, se conoce por referencias los nombres de varios escritores de la antigüedad, de los cuales no se conserva obra alguna.

Con la aparición de la imprenta en el siglo XV, nace también una gran oportunidad para la producción, conservación y legado de las obras poéticas (y no sólo poéticas) a otras generaciones, hoy en día elevado a cotas insospechadas hace apenas décadas, con los nuevos formatos de almacenamiento digital.

       



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